Miércoles, 5 de octubre de 2022.
Hoy iba camino del colegio pensando en algún tema interesante sobre el que escribir, y no me refiero precisamente a esto que ahora hago, aunque es verdad que no me gustaría que cayera en saco roto (como tampoco espero que haya caído en el olvido este espacio nacido de grandes inquietudes al que hoy vuelvo).
Me refiero a que es miércoles y, entre otras cosas, tenía que ofrecer a mi alumnado un trabajo escrito sobre un texto creado a partir de un tema, así que esperaba que el tema en cuestión surgiera en mí antes de cruzar las puertas del colegio. No me preocupaba que faltase menos de media hora para tocar la sirena, confiaba que el tema aparecería porque siempre he creído en el arte de la improvisación y he tenido la oportunidad de disfrutar de situaciones de aprendizaje que, sin estar previstas, han sido inmensamente productivas.
Respiré y miré al cielo buscando inspiración, y precisamente allí encontré lo que necesitaba: la calima no me dejaba disfrutar de su color azul, así que los ODS aparecieron en mi mente y el evidente y terrible cambio climático que tenemos encima se convirtió hoy en la razón de las palabras que nacerían de la tiza y de los lápices.Escribí el texto y los niños y niñas se lo encontraron en la pizarra cuando entraron en clase. Surgió la magia, como cada día, al verles y escucharles haciendo su lectura. Quien diría que hace un año no sabían leer ni escribir… Sin duda, la escuela es un lugar donde ocurren milagros.
Les hablé de cuando yo era niña y mi calzado habitual del otoño eran mis botas de agua, mi impermeable y un paraguas compartido en familia (no existía uno para cada uno, de eso nada). Mientras la nostalgia me invadía, les conté cómo las hojas flotaban en los charcos, como saltábamos en ellos con nuestras botas sin miedo a mojarnos los pies, como olía todo después de tanto llover y tantas cosas que ahora casi ni suceden. No quería asustarles y evité hablar del miedo que me produce la sequía, no quiero pensar qué ocurrirá si de aquí al próximo verano sigue sin llover…
Salimos al patio, miramos al cielo apreciando la calima y observamos el aún persistente color verde de los árboles del parque… Cada vez menos otoño y más “veroño”. Volvimos a clase para escribir y dibujar lo que sus manitas y su ingenio eran capaces de reflejar, y entonces volvió el azul de cielo, los colores de los ODS, una mariposa que provoca sonrisas, el abecedario mientras se ve la calima por la ventana… Pero también reflejaron sus temores, poniendo de manifiesto que notan que algo raro está pasando. Hoy es un día no solo para hablar del cambio climático, también es un día para tomar conciencia de la importancia de nuestra labor. Hoy es 5 de octubre, Día Mundial del Docente, un día reconocido por la UNESCO en el que se rinde homenaje al trabajo de guiar y acompañar a los niños y niñas por el camino de su aprendizaje. También me ha parecido un buen día para volver a este espacio nacido desde el corazón (precisamente un día que también hacía calor). Espero que no falten las ocasiones para crear conciencia y acciones que generen cambios; por poco que hagamos no olvidemos que “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. Hagamos, pues, todo lo posible, de todas las formas posibles, a todas las personas que sea posible, en todos los lugares que sea posible, en cada momento que sea posible… Porque estamos a tiempo y aún es posible.